miércoles, 17 de enero de 2007

Poto e' vieja




No sé por qué las mujeres cuando llegamos a cierta edad nuestro atributo más piropeado cuando somos veinteañeras se convierte en un verdadero estorbo, y hasta en un “arma” para otras.
Me refiero a nuestro derriere, pompas, trasero, y hoy quiero referirme a él como “poto e' vieja”.

Viajando con mi hermana hacia Patronato, de pie en el metro, llegamos a una estación en la cual se bajaron algunas personas y dejaron cuatro asientos desocupados. Cuando vimos eso, decidimos sentarnos para ir conversando. Yo “gané” mi asiento, pero mi hermana fue derrotada por un poto que venía a toda velocidad, dispuesto a todo con tal de reservarle lugar al tronco de su dueña. Me di cuenta de que al lado mío llegó otra persona cuando sentí un empujón que me apretó contra la ventana… ¡era otro poto!, no nos quedó más remedio que reírnos nerviosamente, desconcertadas por la forma de conseguir un asiento en el metro, que a todo esto, siempre está atiborrado de gente, imposible no participar en la “guerra de ganar asientos”.

No solo sirve como arma de guerra, sino también como arma de espanto. Cuando en la playa en medio de mucha gente notas automáticamente un tremendo poto, miedoso de meterse por completo al agua, con el traje de baño metido y perdido en quien sabe que dimensión de la pobre señora que no siente que tiene medio cachete al aire.

No es que tenga complejos o trancas con los potos, o con el mío… La verdad es que ver una señora con poto grande me inspira prepotencia. Hasta para comprar antes que los demás en la farmacia es útil; es muy simple, un potazo y chao competencia. En la micro, miles de potos me han aplastado contra los asientos cuando quieren ir a la parte de atrás.

Espero ser conciente cuando yo sea una vieja potona y respetar a mi prójimo, no tirarle la caballería encima, ni menos espantarlo con la escena de medio cachete celulítico asomándose por mi traje de baño.

Ojala nadie me odie en el futuro por mi poto e’vieja.